Por @Joaquin_Pereira
Ahora que
todos se están preguntando ¿qué haría Don Quijote con los molinos?, he decidido
tomarme un selfie para que me
reconozcan los turistas cuando viajan por La Mancha y no me confundan con
cualquier otro molino enclenque de pacotilla. Sí, el encuentro con aquel flaco
lunático me inmortalizó gracias a la pluma de un escritor sin trabajo llamado
Cervantes.
Conocí a su
personaje estrella un día en que paseaba aquí montado en su aún más flaco
jamelgo y acompañado por un amigo regordete. Que si hubiera seguido sus
consejos otro gallo cantaría para él pero quizá yo nunca hubiera sido famoso,
eso hay que reconocerlo.
No sé por
qué me escogió de entre los treinta o cuarenta molinos que me acompañan en este
campo. Siempre pensé que había
descubierto algo especial en mí, que aún intento descubrir.
-La ventura
va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear –dijo el
flacucho a penas me vio-; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se
descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer
batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a
enriquecer: que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan
mala simiente de sobre la faz de la tierra.
“Gigantes…
Mala simiente…”, eso dijo el condenado. En un primer momento pensé que había
notado algo tras de nosotros y que venía a salvarnos.
-¿Qué
gigantes? -dijo su amigo regordete.
-Aquellos
que allí ves –respondió apuntando hacia mí su amo, que eso empezaba a entender
que era-, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos
leguas.
Al notar su
exageración me di cuenta que no estaba muy bien de la cabeza. Debe ser el
viento que sopla por aquí que se le metió por los oídos.
-Mire
vuestra merced -respondió el gordito-, que aquellos que allí se parecen no son
gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las
aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino.
“Bravo
amigo”, pensé al ver que éste por lo menos tenía bien puesta la cabeza sobre
sus hombros. Molinos, sí, somos orgullosos molinos de viento.
-Bien
parece - respondió el flaco en armadura-, que no estás cursado en esto de las
aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en
oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual
batalla.
Menudo
susto me llevé cuando vi que dio de espuelas a su caballo, sin atender a las
voces que su escudero -que eso entendí que era- le daba. Que gigantes y que
ocho cuartos, somos molinos.
Más que
loco debía estar cegato el flacucho ese pues al acercarse comenzó a reconocer
nuestra condición. Aun así siguió en sus trece pensando que los gigantes habían
huido.
-Non fuyades, cobardes y viles criaturas
–nos gritó-, que un solo caballero es el que os acomete.
Mi amigo el
viento vino en nuestra ayuda moviendo nuestras aspas. Eso desesperó aún más al
raquítico ese.
-Pues
aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar
–dijo abalanzándose hacia mí.
“Dulcinea”,
ese fue el nombre que escuché que susurró en una especie de oración antes de
poner su lanza en ristre y acometer a su caballo para que galopara con más ímpetu.
“Rocinante”, así llamó a su rocín.
Distraído
por los graciosos nombres que mencionaba el chiflado no pude esquivar la
lanzada en una de mi aspas. Reaccionando enseguida dirigí al viento en su
contra con furia pero en legítima defensa, porque eso sí tenemos los molinos
que somos caballeros ante todo. La lanza del tarado quedó destruida en pedazos,
mientras que el flaco y su alazán fueron rodando maltrechos por el campo.
Acudió su
amigo gordito corriendo con su asno a socorrerle. Lo encontró medio inconsciente
por el golpe que se llevó al caer de su cabalgadura.
-¡Válgame
Dios! -dijo el escudero, que entendí eso era-; ¿no le dije yo a vuestra merced
que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los
podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
“Más vale
que escuches a tu amigo o terminarás no solo loco sino maltrecho”, pensé. Debo
confesar que al verlo allí tirado en el suelo sentí un poco de compasión por
ese hombrecito. No era común ver por esos tiempos quienes persiguieran con tal
pasión un objetivo. Eso ha venido cambiando en cuanto aquel escritor decidió
poner esta anécdota por escrito. Parece que la locura del flaquito se ha hecho
contagiosa entre los lectores del ya famoso libro.
-Calla,
amigo Sancho -respondió el lunático acomodándose la abollada armadura-, que las
cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más
que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el
aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la
gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo han de
poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada.
-Dios lo
haga como puede - respondió el rechoncho.
Nada, que
esa fue la historia que por curiosa se regó como pólvora luego que un manco sin
oficio decidiera contar el chisme. Con el pasar de los años a estos campos
antes solitarios comenzaron a llegar cientos de personas ya no armadas con
lanzas sino con cámaras fotográficas para retratarse con los molinos de viento
a sus espaldas.
Pero como
los muy brutos no saben quién fue el que se enfrentó a ese caballero de triste
figura; van por allí tomándole fotos a otros molinos que quieren ganar
indulgencia con escapularios ajeno.
Así que por
eso me tomo este selfie para montarlo
cuanto antes en mi cuenta de Instagram esperando que se vuelva viral y de una
vez por todas se me reconozca el mérito que tengo en esta historia.